Queridos hermanos en la esperanza del Señor Resucitado:

Católicos y cristianos de todo el mundo nos preparamos estos días para vivir y celebrar el Triduo Pascual, el momento más importante del calendario litúrgico. Y este año, más que nunca, viviremos en íntima comunión con Cristo el gran misterio de nuestra redención por el Señor.

Pero hoy te pido la venia para escribir de “la otra” Semana Santa: la nuestra, la que cada uno lleva dentro y la vive a su manera, la que no podremos celebrar esta primavera. Una expresión de piedad que vivimos con intensidad los cofrades y que mezcla un sentimiento religioso -profundo y auténtico- con dosis de tradición, de pasión, de belleza y, también, por qué no decirlo, de una afición sana y honesta. La Semana Santa que hacemos posible nosotros, cofrades en Cristo, “nosotros pocos, nosotros felizmente pocos, nosotros, una banda de hermanos”.

Como miembro de esta pequeña gran familia, hoy era un día escial para mí. Hoy era un día que esperaba con ilusión. Lo sé, tú también tenías marcado en tu calendario muchos días de marzo y de abril así.

Quizás, este año ibas a estrenarte como nazareno de tu Hermandad y, a estas alturas, ya te habían cogido el bajo de, una de esas vestas, que se pasan de hermano a hermano. O, a lo mejor, ya estabas buscando a quien te ayudase a ponerte la mantilla que habías heredado de tú madre o de tu abuela; y con la que querías acompañar a tus Sagrados Titulares para rezar y pedir por los tuyos. Puede que seas uno de esos benditos “locos” que llevan todo el año ensayando, haga frio o calor, por el simple deseo de ir pellizcándonos el corazón con el sonido de una corneta o de un tambor. Tal vez, este año iba a ser tu primera estación de penitencia como los pies, los ojos o la voz de tu Cristo o de tu Virgen. O puede que este fuera el año de tu despedida como costalero o pilar de tu Hermandad y, finalmente, tengas que retrasar tu retirada para despedirte con una última marcha de tu gente. Seguramente, como vestidor o camarera, ya te estabas llenando de orgullo por volver a ser las manos que visten y cuidan con mimo a la advocación de tu parroquia, a la de tu barrio o a la receptora de tus oraciones y rezos. Y, te doy las gracias, si eres uno de esos cofrades generosos que, desde la sombra, llevabas todo el año enmarañado con labores de organización o priostía para que tu Hermandad deslumbrase un año más en la calle.

A todos vosotros, mucho ánimo. Porque hace muchas generaciones que no se había visto un parte meteorológico como el de esta Semana Santa y, ni tu Hermandad ni la mía, podrán llevar a cabo sus estaciones de penitencia. Pero, a diferencia de muchas otras primaveras borrascosas, nuestro abatimiento queda en un segundo plano porque sabemos que, lo único importante, es salvaguardar de esta tormenta al patrimonio más importante de nuestras cofradías y hermandades: su gente, nuestra gente.

Pero esta Semana Santa -en la que la lluvia no te dejará estrenar talla, candelería o imagen-, siéntete más orgulloso que nunca de ser cofrade y cristiano. Porque seguro que estás apreciando que todo esto que vivimos no es solo oro o plata, que nuestra piedad no es solo un trampantojo para el boato y la ostentación. Que detrás de todo eso, hay una verdad forjada por almas sensibles, caritativas y humanas. Nuestra familia cofrade. Personas que te animan, que se preocupan por ti, y por las que tú también sientes desvelo e inquietud y el deseo de alentarlas y abrazarlas.

Porque has visto como tu hermandad ha dejado de lado las rencillas internas, que tanto te hastiaban, para volcarse en el cuidado de sus hermanos, de la gente de su barrio y de los más necesitados.

Porque este año, en el que creías que ibas a estar más lejos de tu Cristo o de tu Virgen, es cuando los sientes más cercanos. Y te has dado cuenta de que, ahora que dialogas íntimamente con ellos, como hacía tiempo que no lo hacías; no les pides solo por lo tuyo y por los tuyos. También rezas por los valientes que están bajo esta maldita lluvia o por aquellos a los que ha pillado esta tormenta antes de que encontrasen cobijo. Y sé que les pides y ruegas para que consuelen a las familias de todos los hermanos a los que nuestra Protectora y Patrona ya ha resguardo bajo su manto.

Hoy hay tormenta en esta tierra y no podemos celebrar ni la Semana Santa a la que ya habíamos escrito ni con la que ya habíamos soñado. Pero tenemos reservado el palco de nuestros balcones y ventanas para aprender de una Semana de Pasión: más real, más viva, más dura y, sobre todo, más humana.

¡Mira! Mira, cómo los balcones y las ventanas se llenan de familias con palmas cuando el reloj marca las ocho. ¡Y escucha! Escucha, cómo los artesanos del agradecimiento y el reconocimiento convierten las palmas en aplausos, para recibir a los que vienen a auxiliarnos, a cuidarnos y a salvarnos.

¡Y admira! Admira, a los pilares de nuestras esperanzas. A los costaleros que nos llevan a la victoria, casi sin costales o fajas, y con la única protección, de sus pijamas o batas. Valientes que, sin queja, y pese a tener la ropa mal hecha, cargan sobre su cerviz ya fatigada: dolores, agonías y penas. Contempla en silencio su racheo, sin excentricidades ni excesos, y mira cómo van cargando con nuestra salud, pasito a paso. En una chicotá que no termina, sin descanso, que hay que aliviar pronto esta carga. Obedientes contraguías uniformados, son su gran poder en la trasera; y tienen a la gallardía como capataz y a su esfuerzo como única estrella.

¡Y asómbrate! Asómbrate con el camionero que arrima el hombro como un cirineo; con la samaritana que alivia la sed y el miedo desde una farmacia, o desde un cajero o un supermercado; o con la verónica que con su pañuelo fabrica, desde su casa o encierro, cientos de máscaras y batas. Pero también con todos esos Juanes y Magdalenas, anónimos y santos, que están proporcionando caridad y arraigo a los que más sufren en este calvario.

¡Y ten Fe! ¡Ten Fe hermano! Ten Fe, si llega un Viernes de Dolores que te haga sentir puñales en el alma. Ten Fe, cuando venga un Viernes Santo de coronaciones de espinas; de lanzadas que podrían desgarrar tu ánimo; de negación ante el miedo; de visiones de amarrados a respiradores o de crucificados en camillas; de noticias de caídas y de tristes descendimientos. Ten Fe, porque quedan días con sus noches de penitencia y de pasión, y también de silencio y oración. ¡No pierdas la Fe! No la separes de ti porque también podrás ver mañanas de amor y de misericordia; de rescatados y buen ejemplo; de perdón y de reconciliación. No la pierdas porque también se producirán milagros, magnos y pequeños. ¡Reza, hermano! ¡Reza! Reza a tu Nazareno, a tu Cristo de Zalamea y a su Padre, que es el tuyo, y que nos guarda desde los Cielos.

¡Que nunca te falte la Esperanza! ¡Ten Esperanza hermano! Entre todos romperemos, a la tercera, este guion de cifras y encierros, de lutos y de duelos. Esta Semana Santa también tendrá su Domingo de Resurrección. Esta piedra del sepulcro también se abrirá. Y, pronto, muy pronto, todos juntos gritaremos junto a nuestra Madre ¡Entre cielos pintados de acuarelas! ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Que su hijo, y su pueblo, han resucitado!

Pero hasta que llegue ese momento, y como hoy también es el mañana de ayer, yo ya quiero empezar a soñar con el mañana de hoy y, por tanto, con la Semana Santa de 2021.

Y ya sueño con abrir las puertas de nuestra tierra, de nuestras casas y huertos. Y con acercar el pueblo a su iglesia y su iglesia a su pueblo

Ya sueño con volver a ocupar las calles y plazas. Ya fantaseo con invadir las aceras y vías. Ya veo las noches iluminadas con creyentes que buscan amparo y perdón. Y, mi mente, ya ha vuelto a llenar de raza y de maestría el arrabal de la morería.

Ya veo como se inunda la rambla de nuestro río de alma y tradición. Ya oigo como resuenan las bocacalles a corneta y tambor. Ya siento como las ojivas de los puentes lloran de emoción contenida al paso de un penitente. Y, cada hora que pasa, huelo con más fuerza, desde mi ventana, una mezcolanza del aroma de las flores, del incienso y de la palma. Y ya sueño con perfumar con este mis fatigas y esperanzas.

Hoy es el mañana de ayer. Y mañana quedará un día menos para volver a pisar las calles; y que la calle del Carmen nunca más se calle.

Mañana tacharemos otro día de esta Cuaresma que todavía no termina, para volver a sentir como, a golpe de una campana, las farolas se revuelven virtuosas sobre tronos cincelados con el arte de mis paisanas. Mañana estará más cerca el día en el que, con el racheo de un costalero, la Plaza del Ayuntamiento se agitará en silencio de costero a costero.

Y mañana, como ayer, el niño esperará ilusionado el dulce que le dará el nazareno, y el nazareno esperará esperanzado los dulces que le dará el cielo. Pero también sueño con cómo se estremecerán las esquinas con el oficio de un patero, o cómo volverán a volar al cielo los adoquines a la orden de un vocero.

Hoy le pedimos a Calendura que ponga el reloj en hora y no detenga el tiempo. Y que empiece esta tarde la cuenta atrás para volver a reencontrarnos. Un año para la espera, espera que vale la pena.

Hoy, más que nunca:
¡Viva Cristo Resucitado!
¡Visca la Mare de Deu!